En el sucederse de vivencias y acontecimientos que con el paso de los años son meditados, profundizados y categorizados, la teología va consolidando sus propuestas y enseñanzas, y así «descubre» a una nueva luz y con una profundidad novedosa aquello que Dios nos manifestó y que Jesucristo nuestro Señor llevó a la plenitud. La Palabra de Dios que revela se dio en la historia, vale decir, en el tiempo, y el trabajo teológico no puede ser ajeno a esta dimensión. Una teología «intemporal» sería una teología desencarnada, además de pura abstracción. En último término, ya no sería teología.