(Unas líneas a propósito de los bombardeos en Siria)
Dick Tonsmann V., Docente de Filosofía
En medio de la Cumbre de las Américas, el mundo ha sido partícipe involuntario de un nuevo acto de guerra al margen de su valoración moral justa o injusta. De hecho, gran parte de nuestras preocupaciones tienen que ver con la manera en que los medios de comunicación masiva (ahora con mayores medios electrónicos que en la no tan lejana guerra del Golfo), han manejado y manejan el asunto. Desde que en la invasión a Irak por parte de EE.UU. y sus aliados se intentase justificar por pruebas que ahora se consideran fraguadas (nunca se encontraron en aquella oportunidad las armas químicas de las que tanto se hablaba), difícilmente veremos en los periodistas locales el cuestionamiento crítico sobre la verdad (o la posverdad) de la información global. Y, de hecho, desconfiamos de los líderes que sí la cuestionan (el régimen teocrático de Irán o el autoritarismo impresentable de Maduro). Cualquier intento crítico de manejar la información debe partir de una puesta entre paréntesis para describir el fenómeno citado y esperar a ver cómo continúa la narrativa de los acontecimientos, antes de lanzarse tan abiertamente a un apoyo de las fuerzas agresoras conjuntas de Francia e Inglaterra junto al impopular Trump.
Al margen de que la guerra civil en Siria ha supuesto de una u otra parte la violación de derechos humanos, la crueldad de actos terroristas perpetrados sobre inocentes y el fracaso de la comunidad internacional; sería muy ligero aplaudir sin límites una acción que ni siquiera está respaldada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (la oposición de China y Rusia es clara) y que espera, recién después de la agresión, ir a buscar formalmente las pruebas del ataque barbárico contra los desesperados refugiados que sólo quieren escapar de esta nueva vorágine de violencia y dolor. Jamás se puede defender el ataque a inocentes ni en nombre de la Realpolitik, ni por intereses geopolíticos de las grandes potencias y su afán controlador a la manera del Big Brother. Así que, si fuese verdad que un régimen político, del país que sea, sistemáticamente acabase con la vida y la integridad física de poblaciones enteras (sea por medios químicos o no), siempre estaría justificada una intervención internacional para detener esa masacre. Algo que no hicieron los supuestos defensores de los derechos humanos en Ruanda durante la masacre Tutsi, abandonándolos a su suerte por razones incluso racistas.
Sin embargo, deben quedar claro los mecanismos que se articulan en el derecho a la guerra, durante la guerra y después de esta. Durante un ataque justificado no se pueden cometer los mismos actos de violación, vandalismo y barbarie que se busca eliminar. Pero, sobre todo hay que buscar la forma para no tener que llegar a esos mismos actos. En el desarrollo actual de los acontecimientos todavía estamos lejos de percibir los mecanismos adecuados para ello. Y esto, sobre todo, porque el temor de que la violencia engendre más violencia apuntaría a un crecimiento mayor de las hostilidades en términos globales bastante preocupantes para todo el mundo, incluida la madre naturaleza. Pero aún así, el ideal no puede perderse de vista: Una paz institucionalizada que permita que cada quien pueda ser libre de hallar su felicidad. Esa sigue siendo nuestra esperanza para todos.