La realización teleológica de la vocación espiritual de cada persona humana desde la afectividad sentimental del amor al Otro concreto en el desarrollo de un carácter virtuoso (comenzando por la misericordia, la justicia y la generosidad), y en respuesta al reconocimiento de la conciencia intencional de los valores del bien y la belleza, así como de la ley natural. Todo ello en un ámbito concreto existencial de desarrollo de la identidad así como en una praxis intersubjetiva social de la voluntad de la buena intención (no determinada por la sola razón aunque sigue siendo racional). Lo que conlleva al estado satisfactorio de la mezcla misteriosa de euforia, alegría y paz del cuerpo y del alma como una integridad. Algo que es imposible sin la apertura libre al conocimiento receptivo de la trascendencia de un Dios personal y a su obra creada. De ahí la necesidad de una experiencia poética surgida de la fe y la esperanza.
1.- Esto implica que la felicidad es: a) Un proceso (la felicidad se da en la búsqueda de la felicidad); b) Una meta (la felicidad es el propósito de la existencia misma); y c) Son instantes (los instantes de la euforia en este mundo). Como dice Kierkegaard, el “Instante” es un momento de la eternidad en el tiempo. Momento que hay que aprender a valorar y atesorar en la memoria después que haya pasado.
2.- Tener la concepción adecuada de la felicidad significa entender, en general, que sin moralidad, no se puede obtenerla. Por ello muchos fracasan al buscar la euforia del instante sin el desarrollo del carácter virtuoso intentando manipular a los demás (el error de libros tales como el titulado: “Como tener amigos e influenciar a los demás”). Será claro, por cierto, que tampoco es una moralidad basada en reglas a la manera kantiana.
3.- En ese sentido, será claro también que el verdadero amor, fuente de la felicidad, no es la obstinación, fruto del autoengaño, sino que debe hacerte noble. Tal como se menciona en el diálogo El banquete de Platón a propósito del mito de Alcestis: Dispuesto a dar la vida por el ser amado (una prefiguración de la revelación cristiana).
4.- Entonces, cuando alguien le dice a otra persona: “Tú eres mi felicidad”; significa que con ella ha alcanzado este grado de realización desde un tipo de amor misterioso y diferenciado dada la particularidad de cada persona (porque ser persona es ser diferente y, por lo tanto, cada relación personal afectiva de amor es tan diferente que, incluso, no hay nombre que lo defina. De ahí su carácter misterioso, el misterio de la persona misma). No significa que la felicidad sea algo relativo sino que su concreción es diferente para cada persona y en cada realización personal narrativa de instantes. Recordando también, en este sentido, que es necesaria la madurez de los sentimientos para no caer en el emotivismo, que es una variación del relativismo y un defecto moral.
5.- Por otra parte, la felicidad misma puede ser entendida como un dato fenomenológico objetivo que nos precede ya que el verdadero amor es eterno y trascendente. Si algunas conciencias no lo reconocen (porque no tienen la concepción completa o clara y la buscan en otro lado – por ejemplo en el dinero o en el mero placer sensible), entonces ésta se queda, como diría Husserl, como un dato hyletico, en los márgenes de la propia conciencia intencional, generando frustración. Lo que generalmente, en nuestro tiempo, lleva a cambiar la búsqueda de la felicidad por la búsqueda del éxito económico o empresarial. Lo cual lleva inexorablemente también a la frustración porque en su interior siempre percibirá, aunque sea de manera inconsciente, que algo, más allá de la inmanencia de este mundo, les falta.
6.- En ese sentido, hay que afirmar que la creencia te prepara para la experiencia. Sólo quien cree permanentemente con esperanza que la felicidad existe, está preparado para encontrarla, a pesar de que pueda haber decepciones relativas en el camino. La felicidad cuesta y es difícil, pero no imposible (nadie ha dicho que ser cristiano es fácil). Lo mismo podemos decir del amor y la experiencia religiosa. La creencia prepara la conciencia para poder recibir la trascendencia del amor. Algo a lo que se niega quien tiene soberbia racionalista o sólo la creencia en la autosuficiencia (la ficción intelectual del self made man en términos tanto teóricos como prácticos). Así, al no creer que la felicidad exista, el individuo cesa de buscarla. Con lo cual desarrolla una personalidad fuerte para cubrir su carencia de felicidad, o abandonándose en ocasiones a la depresión y la desesperanza (Como Schopenhauer, el maestro del pesimismo, diciendo que la felicidad no existe sino que es una insatisfacción permanente y entonces se complace en una especie de heroísmo estoico).
7.- Por lo tanto, para alcanzar la realización de la felicidad en términos prácticos debemos purgarnos entre otras cosas de: a) Los celos y la envidia respecto de lo que poseemos y de lo que no poseemos (fuente demoniaca del mal que pervierte el amor puro y sincero); b) La soberbia racionalista y el abandono a los placeres del cuerpo (males alimentados por el cientificismo alienante y la cultura del puro ocio superficial predominantemente de naturaleza erótica); c) La falta de autoestima que nos hace guiarnos por el que dirán, lo que redunda en una mala formación de la identidad (pensando más en el éxito social y cayendo en el mundo de las apariencias y las máscaras que generan problemas psicológicos y psicopáticos); d) El dogmatismo de la moral de rebaño que no nos permite ser realmente libres (es decir, razonadores prácticos independientes que han desarrollado el Kriterion griego que permite tomar distancia para evaluar los bienes que nos corresponde dar y recibir); y, por supuesto, d) El resentimiento, fruto de frustraciones continuas, traumas y complejos que pueden llegar incluso a hundirnos en el espíritu de la venganza y la amargura (un resentimiento que no sólo es individual sino que muchas veces es histórico y generacional como resultado de una educación sistemática basada en la desconfianza absoluta del Otro. De allí las formas del nacionalismo chauvinista, racismo y antisemitismo). Cualquiera de estos elementos, si no son purgados adecuadamente (algunos más que otros), pueden generar personalidades amargadas e incapaces de ser felices a lo largo de la vida hasta la vejez y la muerte. De ahí que todavía sigue siendo válida, en cierto sentido, la frase de Solón: “Que no se diga de nadie que es feliz hasta que se haya muerto”.
Dick Tonsmann, 27 de noviembre de 2016