Por: Lisset Hernández, Relaciones Humanas y Bienestar.
Hoy celebramos, como cada año, el Día Internacional de la Mujer. La ONU institucionalizó en el año 1975 este día con el fin de promover la igualdad de oportunidades para la mujer, sobre todo a nivel educativo, laboral y profesional. Se ha dicho mucho desde entonces, y la reflexión sobre la importancia de la mujer en la sociedad ha producido abundantes publicaciones y ha logrado calar bastante en la conciencia de las nuevas generaciones. Sin embargo, pareciera no ser suficiente lo que se ha conseguido hasta ahora a todo nivel. ¿Qué más hacer hoy, cuando recordamos a la mujer y sus derechos, de lo que venimos ya haciendo? Hace falta, quizá, añadir una nueva perspectiva a nuestro empeño por la igualdad de oportunidades y de desarrollo, y no quedarnos sólo en una lucha entre quien tiene el poder y la víctima.
Ciertamente, nos dice Jesucristo en el Evangelio, que todas esas atrocidades e injusticias de las que somos objeto también las mujeres, nacen en primer lugar en el corazón de quien las comete. El corazón es el lugar íntimo donde no hay ley ni prisión que consiga cambiar sus más profundas convicciones, salvo la soberana libertad interior de cada hombre y mujer. Parece ser que el camino hacia un verdadero empoderamiento de la mujer, es precisamente el que otorga el corazón del que ama.
¿Por qué el amor? Porque el amor nos lleva indiscutiblemente a la comunión de los distintos. A amar se aprende, pero también es en cierta medida contagioso. El amor no es soberbio ni orgulloso, y da cabida al perdón y a la sanación. El amor es creativo y busca caminos de crecimiento donde parece haber solo ruinas. El amor también corrige y se deja corregir. No se trata de un amor romántico, sino del que proviene de un reconocimiento interpersonal. Sé quién soy y sé quién eres. Es más, es a través tuyo cómo descubro quién soy y este espacio interpersonal entre nosotros nos enriquece y nos alegra. Amar es entonces, esa capacidad de afirmar al otro en toda su persona. Afirmación que es salvación y que nos sitúa en la verdad de la realidad misma.
Celebrar el día de la mujer nos invita a creer y crecer en el amor, a amar la belleza del ser femenino y a ser custodios de este don. A celebrar la vida como nos es dada. Redescubramos hoy a la mujer con gozo y gratitud. Miremos a nuestras madres, hermanas e hijas; a nuestras mujeres trabajadoras en el ámbito rural como en las grandes empresas. Miremos con admiración a las amas de casa y a tantas que dan la vida en donde están: en el hogar, en la profesión, en el convento, en la calle, en los asilos, postradas en la cama de un hospital, etc. Mirémonos a nosotras mismas y demos gracias a Dios por el don de ser mujer, de este genio femenino que imprimió en nosotras y es una riqueza para la humanidad:
“En efecto, es dándose a los otros en la vida diaria como la mujer descubre la vocación profunda de su vida; ella que quizá más aún que el hombre ve al hombre, porque lo ve con el corazón. Lo ve independientemente de los diversos sistemas ideológicos y políticos. Lo ve en su grandeza y en sus límites, y trata de acercarse a él y serle de ayuda. De este modo, se realiza en la historia de la humanidad el plan fundamental del Creador e incesantemente viene a la luz, en la variedad de vocaciones, la belleza —no solamente física, sino sobre todo espiritual— con que Dios ha dotado desde el principio a la criatura humana y especialmente a la mujer” (Carta a las mujeres, San Juan Pablo II, 29 de junio de 1995).
Veamos también hoy a esa gran mujer que con su sí cambio el rumbo de nuestra historia: María. Una mujer valiente y humilde, fuerte y delicada, prudente y de vanguardia. Mujer elegida por Dios mismo para un rol único en la Iglesia, ser la madre del salvador, de Jesús, y ser madre de todos los creyentes. Qué grande es la mujer en el plan de Dios, que él mismo quiso hacerse carne en las entrañas de una de ellas. Qué grande es tener a María por madre nuestra.
Pidamos hoy descubrir desde la mirada de Dios, en el espejo de María, el proyecto soñado de Dios con cada una de nosotras, y que pongamos todos los medios para vivir nuestra vocación de mujer en toda su plenitud. Pidamos que no vuelva a ocurrir ningún acto de violencia o desprecio hacia la mujer. Pidamos y trabajemos juntos por una auténtica promoción de la mujer empezando desde el propio corazón. Siempre que sea el amor quien conduzca nuestras iniciativas y acciones, celebrar a la mujer no será motivo de separación sino de unión, de valorarnos y llevarnos hacia la comunión interpersonal y comunitaria. Desde este reconocimiento íntimo surgirán de manera espontánea rutas de promoción y de igualdad.