[OPINIÓN] La capacidad del hombre para reconocer a un Dios amor

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Por: Dr. Jorge Oliva Navarro, Coordinador del Programa Académico de Filosofía

Considerar que Dios es amor, es algo imposible de probar por la razón filosófica; sin embargo, sabiendo que es un dato de la revelación es posible reflexionar filosóficamente, en torno a lo revelado por la fe.

Por ello, para hablar del tema que nos reúne en esta semana Santa, de que Dios es amor, y la manifestación de su amor, es que entregó a su Hijo Único para que todo el que crea en él se salve. Debemos considerar dos cosas: primero, que Dios existe; y segundo, que se ha Revelado al hombre plenamente en la persona de su Hijo Jesucristo por razón de su salvación.

El Doctor Angélico, hablando del amor dice, que no es otra cosa que la complacencia del apetito en el bien (cf. Suma Teológica, I. q.26, aa. 1 y 2 c), y basándonos en lo dicho, es posible comprender que el amor puede ser realmente desinteresado, ya que toda complacencia es un cierto reposo o quietud del afecto en el bien dado y reconocido, y es la aprobación del apetito ante lo que se presenta como bueno. El mal no se desea como de manera propia, sino como de manera secundaria y como oposición al bien. Ahora bien, decir que se presenta como bueno, no es otra cosa que decir que se desea todo lo que existe, pues todo lo existente, por existir, es bueno. Así en la Suma de Teología se dice:

«el bien es el objeto propio principal y por sí mismo […] Por tanto, los actos de la voluntad y del apetito que se refieren al bien, preceden por naturaleza […] el amor tiene por objeto el bien en general, poseído o no poseído. El amor es, pues, por naturaleza, el primer acto de la voluntad y del apetito. [Y ésta es la razón de que todos los otros movimientos apetitivos presupongan el amor como su primera raíz. Y en conclusión] en cualquiera, pues, que haya voluntad o apetito, necesariamente ha de haber amor. Y como en Dios hay Voluntad, es pues necesario que exista amor» (Suma Teológica, I. q. 20, a. 1,3)

Ahora bien, Dios ama el bien más perfecto, su bondad misma. De ahí que la relación de amor divino no genera, más que eternamente, la razón de Trinidad personal. Y en su excesivo amor, Dios ama lo creado, y no solo como razón causal, sino como Aquel ser personal que da el ser y el bien a todo lo creado y lo sostiene en el ser generando su bien. Aquí encontramos la doble dimensión del amor que el Aquinante dice en la Suma: «El amor tiene siempre una doble dimensión: una, el bien que quiere para alguien; otra, aquel para quien quiere el bien» (cf. Suma de Teología, I, q. 20, a. 1, ad. 3). Y Dios al crearnos ha querido nuestro bien (nuestro existir- y esto es un bien, nuestro bien).

Ahora, querer nuestro bien no es más que generar un movimiento en el amado, ese movimiento se llama creación.

Sin embargo, la creación fue sometida por uno que la sometió, como dice la Escritura en la Revelación. Siendo este hecho una razón por la que nos apartemos del bien y de nuestro ser. Dios no quiere que se pierda ninguno de los que con amor y mucho bien ha creado. Salvo que en su libertad humana, alguno lo desee en sus actos. Por ello, salir en pro del bien del amado significa una razón del amor: «El que ama sale de su interior y se traslada al del amado en cuanto que quiere su bien y se entrega por conseguirlo, como si fuera para sí mismo» (cf. Suma de Teología, I, q. 20, a. 2, ad.1). Y en ello consideramos lo propio del objeto del amor: el bien, en todo sentido: su aprehensión, como su deseo para el otro. De ahí la razón de desinteresado que habíamos mencionado a inicios. Por eso, donde hay una razón especial de bien: salvar la creación, salvando al quien la sometió, debe haber también una razón especial de amor. El bien divino, en cuanto objeto de la bienaventuranza, ofrece razón especial de bien, y por eso el amor de caridad, que es el amor de ese bien, es un amor especial. Y Dios amó al hombre con amor de caridad: Amó entregando a su Hijo único como se sucede en la conmemoración de estas fechas de Pasión de nuestro Señor Jesucristo. (cf. Suma Teológica, I-IIa, q. 23,
a. 4)

«Esta ley, la del amor divino, realiza en el hombre cuatro cosas muy deseables. En primer lugar es causa en él de la vida espiritual […] en segundo lugar, es causa del cumplimiento de los mandamientos divinos. […] en tercer lugar es ser una defensa en la adversidad […] en cuarto lugar la caridad lleva a la felicidad» De los Opúsculos teológicos de santo Tomás de Aquino.