[OPINIÓN] La filosofía y el medio ambiente

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Por: Gabriel Sánchez Cuadros, docente del Programa Académico de Filosofía

tópos koinós”  (lugar común)

El hombre, desde que lo es, se ha presentado como un ser en relación, no solamente respecto a sí mismo, sino también “al otro” semejante y “a lo otro” no semejante. No pocas veces, dicho hombre ha presentado “-lo otro-” como “-Al otro-” en aquel proceso de endiosamiento de la propia naturaleza, ya sea el rayo, el trueno, el sol, la luna, entre otras manifestaciones de la propia naturaleza cósmica.

El hombre, en ese andar primitivo, se relacionó en modo creatural respecto a su propio tópos koinós, desconocido por la razón, pero divinizado por la imaginación. Y en aquel contexto, dicho hombre, respetó, por temor, su lugar común, rechazando así cualquier experiencia de tipo individualizadora respecto a su medio ambiente, con lo cual, quedaba descartada toda idea de daño a hacia “lo otro”, por ende, “-Al otro-”.

El hombre aún no había conquistado la naturaleza, y gracias a ello la naturaleza no fue vilipendiada por una futura selva de cemento. El hombre siempre vio a la naturaleza como lugar común de todo aquello que es, y por ello no pudo ir contra la idea de limitar la propia “κίνησις” (movimiento) teleológica de aquella “Φυσις” (naturaleza). Ni mucho menos, aquel hombre se entregaría a un proceso de “ofensa”, es decir, algún tipo de daño, de dolo, hacia la naturaleza misma, pues de ella se servía para la propia autoconservación.

Con el paso del tiempo, el hombre ha purificado su propia autocomprensión y de ello ha purificado, a la vez la, la idea del tópos koinós. Los dioses decayeron y se elevó la propia naturaleza física del cosmos. El rayo, volvió a ser rayo, otra vez.

No pocos de los primeros buscadores, como denominará Husserl a los filósofos, establecieron su primer principio “-ἀρχή-” (principio) en los elementos primarios de la naturaleza: Tales, el agua; Anaxímenes, el aire; Heráclito, el “fuego”; sin ellos no se explicaría el origen del tópos koinós y por ende no se explicaría la propia autocomprensión del hombre en su relacionalidad “a sí mismo”, hacia “el otro” y hacia “lo otro”. Dichos principios fueron complementados por nuevas ideas de los buscadores pluralistas, sobre todo con Empédocles. Con él apareció una nueva fuerza, ahora extrínseca, relacionante de la propia naturaleza: el amor, expuesto como aquel principio generador del cosmos. El nuevo elemento o la nueva fuerza coloca al hombre en una nueva perspectiva, como un ser de amor relacionante respecto a la naturaleza engendrada por amor, enfrentada al otro principio de Empédocles.

Suele expresarse que la preocupación de la filosofía socrática a posteriori tuvo un interés ya no cosmológico, sino político, como quien disgrega académicamente la substancia del accidente. La misma realidad política se ha visto comprometida por la “ἀρετή” (virtud) a un no daño del tópos koinós. La política, en una de sus principales características, establecerá el principio de la autarquía, en el cual se establecerán, a la vez, dos conceptos claves que nadie menciona: el principio de la “crematística” y el principio de la “-πλεονεξία-” (pleonexia). El hombre en aquella autocomprensión se ha visto como un ser que posee un afán de lucro, pero dicho afán no se presentará de forma alguna como “-ὕβρις-” (hybris), sino todo lo contrario. La comunidad política, y ya no solo el hombre, se relacionará con su medio ambiente no a modo de respeto creatural hacia “Al otro”, sino que ahora el hombre se relacionará por medio de la virtud hacia lo otro, en aquel trabajar los recursos propios de cada polis sin caer en el vicio. Ahora el hombre relacional quedará marcado como ser de virtudes, expresadas bien en la república platónica que combatirá cualquier necesidad artificial del ser humano. Quedará, por lo tanto, la no posibilidad de la no explotación de los propios recursos indiscriminadamente. El hombre y sus relaciones ya no serán solamente creaturales ni “amoriles”, sino, y sobre todo, relaciones virtuosas, combatiendo precisamente la “amoralidad e inmoralidad” respecto hacia “lo otro”, aquel medio ambiente que venimos defendiendo.

El cristianismo purificó la visión griega del amor como fuerza de acción unificadora de la naturaleza en el Génesis, pasando a ser Dios el Creador moral del lugar común, haciendo así que la Creación lleve un aspecto moral en su propia existencia. “Dios vio que estaba bien y lo hizo.” Por ello, es equivocado interpretar el dominio de la naturaleza sin ninguna guía moral de por medio. Ya en el Salmo 8 el hombre preguntaba a Dios sobre su propio ser y sobre todo su lugar como criatura en la creación. Con ello, el hombre vuelve a su autocomprensión originaria de criatura, pero con una característica adicional como lo es su “moralidad”, pero ya no solo griega, sino también teológica. Por lo tanto, habrá que tratar con fe, esperanza y sobre todo caridad al medio ambiente, mayor expresión de esta concepción la expresará San Francisco en aquella “ciudad de amor de Agustín”: “…alabado sea, mi Señor, en todas sus criaturas. Al hermano sol, a la hermana luna, a las hermanas estrellas, al hermano aire, a la hermana nube, al hermano cielo, al hermano fuego, a la hermana tierra”… “al hermano zorro”.  En esta consideración el hombre, sabiéndose hijo Dios con el decálogo revelado, ¿cómo podría abortar a cada uno de estos hermanos? Es un suicidio atentar contra la obra del Creador… ¿Hasta cuándo nos amaremos a nosotros mismos para construir la patria de los hombres y no la patria de Dios? ¿Hasta cuándo no amaremos a Dios para también poder amar al medio ambiente?

Solo así el hombre, creatura e hijo de Dios, tendrá un respeto a la creación de Dios, no solo en tanto que se provea de la naturaleza finita sino como un respeto sublime a la realidad moral de Dios. Se dejó de lado el segundo principio o fuerza de Empédocles, como lo fue el odio, para purificar al amor por el Amor. Por lo tanto, no podremos perjudicar al medio ambiente sin poner a Dios como creador y como sostén de la creación.

Por lo pronto, hemos visto tres grandes pasos de la humanidad en cuestionamiento al medio ambiente, pasos que han sido olvidados por la preocupación estadística de la contaminación ambiental. Si bien no hay políticas adecuadas para el cuidado del medio ambiente, esto no quiere decir que mientras más leyes haya para cuidado de la naturaleza, haya una disminución de la propia estadística; esto es completamente falso. Un hombre con menos leyes es un hombre más virtuoso, y la historia lo ha demostrado así. Si bien reciclamos, no deberíamos llegar a desperdiciar tanto papel, no debemos descuidar la naturaleza para construir más selvas de cemento. Una ley no hará mejor al medio ambiente, lo que lo hará mejor es la autocomprensión del hombre de sí mismo relacionado a lo otro. En vez de estar pendiente de cuánta contaminación hay, preguntemos cuánto nos conocemos para que, en ese saber bueno, nos relacionemos con el lugar común del cosmos. Pues no solo hay espacios de relleno en la tierra, sino también en la estratósfera, aquella basura espacial que aún nadie habla. Recuperemos un poco de la filosofía griega y cristiana y dejemos un poco el saludo del sol en el feng shui, el taichí, el yoga, los pilates y todos esas “artes” que buscan estabilizar la armonía energética, olvidando las capacidades espirituales, eliminando la identidad del propio individuo. Así, si el hombre se sabe cómo realidad físico espiritual, tendrá que preguntarse necesariamente su hacer en el medio ambiente.

De este modo, saludemos al sol como hermano y no con una postura que a lo mucho nos llevará a una contractura mental. Pero también respetemos a la tierra, pues sin ella no nos cultivaremos ni a nosotros ni a nuestra descendencia. Pues, como dice la canción de una banda estadounidense: “Tan solo el amor nos puede salvar”.