Por: Pbro. Dr. Ricardo V. Fernández Sanabria (Director Estudios de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima)
“Sine dominico non possumus”, sin el domingo no podemos vivir. Esta sentencia atribuida a los mártires cristianos de Abitina (África), de inicios del siglo IV, puede aplicarse también a los hombres y mujeres de nuestra sociedad contemporánea sin distinción de Credo. No sería falso decir que todos esperamos con ansias el fin de semana, y sobre todo el domingo, día de descanso y relajo para muchos, aunque unos cuantos trabajen para ofrecer momentos de ocio a la mayoría. Ciertamente, el significado que se da al domingo, puede ser distinto entre una persona y otra, pero es igual de cierto que sin ese descanso “no podemos”.
El cristiano sabe, o debe saber, que el domingo es el día para Dios, el día del Señor –domingo proviene del latín Dominus, que significa Señor–. Es el día de Dios, no porque Dios lo decretara en el Génesis –de hecho en este primer libro de la Biblia se habla del séptimo día como el consagrado a Dios, del Sabbat no del domingo–, sino porque el domingo se configura como el primer día de la creación renovada. Sí, al resucitar Cristo y vencer a la muerte empieza la
renovación de toda la creación; por eso, el mundo anhela un domingo sin ocaso, un descanso del alma que no termine. Benedicto XVI, en su homilía de la Vigilia Pascual del 2011, ha señalado que “gracias al Resucitado, se manifiesta definitivamente que la razón es más fuerte que la
irracionalidad, la verdad más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte”. El domingo es el día de la resurrección del Señor, por ello está consagrado al Señor. De ese modo, el cristiano, como partícipe ya de esa nueva vida, ofrece el domingo su mejor ofrenda, la que el mismo Dios hecho hombre nos dio: la Eucaristía.
Con todo, el domingo es un día para todas las personas, no solo para los cristianos. Todo hombre anhela descansar y es justo ese descanso, hasta el punto de poder ubicar éste en el ámbito de los derechos humanos. Se puede afirmar que la consecución del descanso dominical semanal es uno de los primeros derechos conquistados por los trabajadores. Hoy en día la ley
obliga a cada empleador a otorgar un día de descanso a sus trabajadores, y de preferencia el domingo. Esta norma está amparada en nuestra constitución política que en su artículo 25 afirma: “Los trabajadores tienen derecho a descanso semanal y anual remunerados.” Pero este descanso
también tiene un trasfondo antropológico. Toda persona debe disfrutar de una vida digna, y ella quiere decir no una vida sólo para el trabajo sino una vida que disfrute de su familia, de sus aficiones, de su cultura, que disfrute de una vida abierta a los demás, a trascender. El descanso dominical ayuda a que la persona ponga en orden todas las justas preocupaciones de cada día y
pueda, así, darles su razonable dimensión. Como afirmaba el Papa San Juan Pablo II en su carta apostólica Dies Domini del 31 de mayo de 1998: el descanso dominical ayuda a resaltar la primacía y la dignidad de la persona en relación con las exigencias de vida social y económica. De ese modo el domingo es también día del hombre.
Descansar luego de la agotadora jornada semanal es un bien. Toda persona anhela trascender de las cosas meramente temporales en las que agota su vida. Ese anhelo es un reflejo de la huella del Creador en la persona humana. El domingo ayuda a clarificar estas realidades, de ahí que sea tanto el día de Dios como el día del hombre.