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Por Francisco Bobadilla
Vicerrector Académico
En más de una oportunidad nos hemos topado con hechos o dichos a los que no les encontramos lógica, pues escapan a una secuencia racional y decimos “esto no tiene sentido”. Esta experiencia es, quizá, la más cercana a la idea de lo que solemos entender como “el sentido de la vida”, es decir una biografía personal con dirección, rumbo, en la que cada tramo existencial nos da peso específico.
“Arrieros somos y en el camino nos encontramos” dice el refrán popular. Caminar es, ciertamente, uno de los rasgos que más nos definen como seres humanos. Sin embargo, una vida con sentido no es solo un caminar sobre senderos trazados o por hacer. Importa, desde luego, el hacia dónde vamos; pero es, igualmente esencial, lo que queda atrás como saldo. Y ese saldo se mide por lo que pesa, más que por lo que luce. Un peso que le otorga consistencia a la vida en un tramado de logros y fracasos, alegrías y penas. Poco aportan a este propósito, las risas huecas, las horas locas, los vértigos existenciales. Con estas últimas experiencias se flota, se olvida, se vive el instante; su saldo es el vacío.
El sentido de la vida articula pasado, presente y futuro; su fruto es la serenidad y combina muy bien con el oro viejo, nada llamativo y siempre valioso. Combina, asimismo, más con una actitud humilde de búsqueda que con la actitud altanera del genio de la lámpara de Aladino que todo lo puede. Encontrar el sentido de la vida se parece mucho a jugar a “las escondidas”: cierra los ojos y, al cabo de un corto tiempo, busca. En tanto que búsqueda supone un cierto desasosiego, una incomodidad con el presente y desorientación respecto del futuro, mas no es búsqueda sin término. El “ampay” llega, te encontré. Ya tengo un “qué” en las manos y la vida se va coloreando. Paso a paso el paisaje se llena de formas, tonalidades, perspectivas; un toque aquí, otro allá. Llega el cansancio, se descansa y vuelta a tomar el pincel.
Una vida sin sentido, lo sabemos, es una vida vacía cuyo telón de fondo puede ser el fracaso existencial. Vivimos en una sociedad que nos hace correr de un sitio a otro. No hay tiempo para el reposo, todo pasa muy rápido cual película de acción en las que no hace falta pensar nada. Un ambiente así, no se presta para asumir la conducción consistente de nuestra vida: ¡calma, alma! Y dado que encontrar el sentido de la propia existencia es un asunto serio, démonos tiempo para buscar nuestra misión en la vida. Búsqueda serena, sin inventarnos angustias gratuitas y sabiendo que la vida es para vivirla, es decir, tampoco nos pasemos los días y meses rizando el rizo. Después de todo es condición de vida, como lo dice San Pablo, “ver ahora como en espejo, borrosamente”. Así que, a caminar, pues cada paso nos desvela el sentido de la vida.
Fuente: Tertulia Abierta